2.8.05

El juego de Bito

"ENFRASCADA"

Aphaia llevaba siempre en su bolso un tarro de cristal. De pequeñas dimensiones, desprovisto de todo papel propandístico y de tapadera roja, curiosamente se perdía entre la gran cantidad de cosas que llevaba consigo, como toda mujer moderna que se precie. Lejos de parecer inservible, nada semejante a muchos otros artilujios que se encontraban en los distintos departamentos del bolso, el tarro actuaba como un recogedor de recuerdos. Aphaia introducía en él diminutos fragmentos (si puede llamarse así) de muchas de las situaciones más llamativas y curiosas que pasaban por su vida y de las que quería dejar constancia de alguna forma: un hilo del pañuelo que tenía atado al cuello mientras esperaba la nota del último exámen de su carrera, un cartón que había impregnado de un perfume en el Corte inglés y que le recordaba aquellas noches de invierno, un mechón de pelo de una amiga que andaba en México, la luz del Retiro aquella tarde, una gomilla de pelo con la que él le anudo una de las trenzas que le hizo una tarde en la cama, una cerilla escogida entre cien de una cajetilla que tenía la propaganda del hostal al que fueron, el pico de una servilleta de papel de aquel restaurante donde un chico moreno de largas pestañas la miraba sin parar y no supieron que decirse, un falso anillo hecho con las tiras de adornos que complementan los "felicidades" de los regalos, un botón de la camisa de él (la de rayas azules), un possit roto en dos pedazos, los dos dentro del tarro, pero alejados (contenía un número de teléfono), la intensidad de su mirada al amanecer, el beso que depositó en su frente acto seguido, varios papelillos de los carnavales del 97, el humo de aquel cigarro que se fumó antes de despedirse de ella, la etiqueta de la camiseta que le molestaba en la nuca y que ella cortó dulcemente con sus dientes (Springfield.M.), la mitad de un billete de metro, las dos promesas que le hizo y que no cumplió, una de las lágrimas derramadas cuando subió a ese autobús, cuatro sabores (el helado de avellana, su barra de labios impregnada en los suyos, el chicle de canela-menta y la sal de la Caleta), una orquilla pequeña (para apenas 7pelos), un abanico de abrazos...
Llegaba tarde. La tiranta del bolso pesaba aquella mañana más que nunca ("llevaré demasiada calderilla", pensó), situada sobre la tira del sujetador rosa con flores, se le clavaba dejando una rojiza marca en su hombro. Se sintio afatigada, optó por cambiarselo de hombro, pero el peso parecía el mismo y apenas sintió alivio. Subía las escaleras casi una a una, posando los dos pies, luego uno al siguiente, y el otro, con la mano agarrando la barandilla, interrumpiendo el ritmo normal/frenético de muchos transeúntes. Paró en seco. Sus pulsaciones se aceleraban, sentía la tensión en las sienes. Descolgó el bolso y lo puso en el suelo, en medio de la escalera, entre miles de personas que la subían y bajaban. Un chico sorprendido por tal gesto, se acercó por si quería ayuda. Aphaia agarró con gran fuerza el bolso, tiró de él y no podía, en un segundo intento se lo hechó rapidamente hacia el hombro derecho y continuó su camino. Pareció recobrar el aliento, el pulso volvió a su estado natural, salió de la boca de metro y vió la luz. Sonrió. Justo en ese momento, la tiranta del bolso escapa del hombro y cae al suelo con tal brusquedad que el tarro sale de él disparado a morir, haciéndose añicos. Ella cae de rodillas y comienza recoger todos los recuerdos sustanciales que el recipiente guardaba, eran tan pequeños, estaba tan nerviosa, que apenas podía atinar a cogerlos. Ni tan siquiera prestaba atencion al resto del bolso, al resto de sus pertenencias, al movil, a sus gafas de lejos... Lloraba. Las lágrimas se mezclaban de forma curiosa con los cristales. De forma un tanto lenta, todo quedaba recogido, incluido ya el resto de sus cosas, las cuales introdujo descuidadamente en el bolso. En una mano tenía amontonados todos aquellos fetiches del tarro. Cerraba su puño con fuerza. Y volvió a sonreir.
Esa misma tarde quemó aquellos diminutos recuerdos, abrió la ventana de su habitación y sopló con fuerza las cenizas que quedaban. "Se mezclarán con los aromas, el beso en la frente, los abrazos, las miradas al amanecer, el humo de ese cigarro rubio...". Salió de su vida para siempre.

6 comentarios:

poemasperdidos dijo...

Hola Erytheia,
Tu tarro y ceniza ha sido el segundo que leo. Me encantó la historia! Además termina bien. Remata con final feliz, satisfecha o al menos, liberada.
Felicidades!

Voy por otros tarros.
Saludos,
Gab

Bito dijo...

Qué bonito!!
A veces me pasa como esa enfrascada, solo que yo suelo ser un encajonado, porque todo lo meto en cajas. Sé de sombra que soy una persona que se alimenta de recuerdos, que vive demasiado en el pasado, mirándolo y remirándolo otra vez, y siempre ando pidiendo el mismo deseo "que el barro de mi pasado se despegue de la suela de mi vida" (de ahí parte del significado del título del blog) pero nunca lo hago.

Quizás debiera hacer lo que ella, abrir las cajas y soltarlas al viento.

Anónimo dijo...

Bito ¬¬ me alegra muchisimo que te haya gustado y que en cierto modo te sintieses identificado... A mi también me falta desenfrascarme del todo, descajonarme (que no descojonarme), liberarme... pero supongo que nos tiene que llegar ese día; en tu caso, te descalzarás y te colocarás zapatos nuevos (y tú sabes lo feliz que es un niño/a con zapatos nuevos no???), aunque algo me dice que nuestra particular forma de ser, de guardar y reguardar aquellos pequeños detalles que nos regala la vida, es algo innato, y que seguiremos haciéndolo. Besacacos y... encantada de haber participado en el juego.

Poemasperdidos ¬¬ gracias por tu visita, por tu lectura y me alegra saber que el final es de tu agrado. Como bien intuyes no siempre suelen acabar bien estas cosas, así que al menos en el "mundo de las palabras que inventamos" es bonito darle esos toques de la realidad que más nos gustaría. Un besacaco. Espero volver a verte por aqui.

L.A. dijo...

menos mal, ya no soy la única que guarda trozos de servilletas pintarrajeadas, billetes de metro y de tren descoloríos, luces de parques y muestras de colonia del sephora que huelen a él, menos mal, menos mal, cuidao no seas mi alter ego, eh? que si no, no cabran todos nuestros recuerdos en nuestros frascos compartidos.
No hace falta que diga que me ha encantado.

Kaloni dijo...

Me ha encantado.
El desenlace, extremo, vital, mágico, ese que buscan los literatos.
Enhorabuena.
Un saludo.

Anónimo dijo...

muy bonito y evocador